Es un perro otuzcano, juguetón y curioso, que andaba por el pueblo soñando —como todos nosotros— con un futuro mejor.
Un día, al pasar por la plaza de armas, vio a Aldo Carlos Mariños, quien se preparaba para reiniciar la caminata. Desde ese instante, Bobby lo siguió… y ya nunca más se separaron.
Dicen que su dueña intentó recuperarlo, pero alguien dijo con sabiduría:
“Déjelo, señora… que Bobby sea el símbolo de la lealtad, de la hermandad que une a Otuzco y a Pataz.”
Desde entonces, Bobby se volvió el corazón de la marcha, el guardián silencioso de un sueño colectivo.
No camina por curiosidad ni por capricho: camina porque entiende, a su manera, que poner una patita también es construir un país más justo.
Hoy, Bobby no es solo una mascota.
Es el símbolo de la fidelidad, del coraje y del amor al pueblo.
Un pequeño héroe que nos recuerda que hasta el más humilde puede dejar huellas inmortales.